Cuando nuestras emociones dictan lo que comemos

Fuente: Nutriactis/Hospital Universitario de Rouen-Normandía

El concepto de alimentación emocional se define como la tendencia a modular el consumo de alimentos en respuesta a emociones negativas, como la ansiedad o el miedo, o positivas, como la alegría o la recompensa, más que en respuesta a los estímulos biológicos que caracterizan el hambre física.

El hambre emocional suele utilizarse para compensar los sentimientos emocionales comiendo. Puede proporcionar un alivio temporal, lo que lleva a nuevos episodios de compulsiones tras emociones negativas.Un estudio sugiere que la interacción entre las emociones y la comida se ha reforzado con el aumento de la disponibilidad de alimentos y la creciente influencia de los procesos hedónicos en nuestras elecciones alimentarias.

Regular las emociones con la comida es un comportamiento habitual que no tiene por qué ser problemático. Esta estrategia de gestión emocional se vuelve preocupante cuando se generaliza, pierde eficacia y, sobre todo, provoca sufrimiento.

La llamada alimentación emocional «patológica» suele ir acompañada de emociones negativas como culpa, vergüenza, estrés, sentimientos de impotencia y baja autoestima. También puede provocar síntomas físicos como problemas digestivos o náuseas.

Los estudios estiman la prevalencia de la alimentación emocional en la población general en torno al 45% (estas cifras pueden variar en función de la herramienta de medición utilizada). En una población compuesta por personas con sobrepeso u obesidad, la prevalencia de la alimentación emocional se ha estimado en un 60%.

Hay muchos factores que pueden contribuir a la alimentación emocional, de los cuales los más conocidos son la ansiedad/estrés crónicos, las dietas restrictivas y las dificultades para gestionar las emociones.

Ansiedad/estrés

El estrés y la ansiedad pueden fomentar la alimentación emocional.
El aumento del consumo de alimentos ricos en energía, a menudo azucarados o ultraprocesados, se utiliza entonces como mecanismo de afrontamiento de las emociones negativas.
Esta respuesta dietética, aunque tranquilizadora a corto plazo, puede provocar sentimientos de culpa, malestar y falta de sueño, que a su vez alimentan el estrés y el deseo de picar.
→ Según un estudio, más del 45% de los adultos afirman que comen más cuando están estresados, incluso cuando no tienen hambre.

Diétas restrictivas

Las dietas restrictivas suelen basarse en reglas mentales rígidas, también conocidas como restricción cognitiva (por ejemplo, «no como chocolate, me engorda»). Este control
excesivo
fomenta la culpa, el estrés y la necesidad de consuelo, lo que aumenta el riesgo de comer emocionalmente.

Cuanto más nos privamos, más nos apetece, lo que genera
frustración y alimenta un círculo vicioso entre restricción y alimentación emocional.

Dificultad para gestionar las emociones

Algunas personas tienen dificultades para identificar, expresar o gestionar sus emociones: hablamos de alexitimia. Estas dificultades pueden estar estrechamente relacionadas con la alimentación emocional, ya que limitan la capacidad de afrontar el estrés o las emociones negativas, fomentando el uso de la comida como medio de regulación.

En el caso de la alimentación emocional, los alimentos consumidos suelen ser grasos, azucarados, salados, de alto valor energético y, por tanto, a menudo ultraprocesados, lo que puede tener consecuencias perjudiciales para la salud al aumentar el riesgo de:

En ocasiones, las consecuencias de la alimentación emocional también pueden ser sus causas, lo que contribuye a crear un círculo vicioso difícil de romper. Los mecanismos subyacentes aún no se conocen bien y es necesario seguir investigando para comprender mejor los mecanismos fisiopatológicos asociados.

La alimentación emocional afecta a una gran parte de la población. Se convierte en un problema cuando es frecuente y fuente de sufrimiento y/o malestar. Identificar las emociones asociadas permite afrontarlas mejor y aplicar las estrategias adecuadas. Si tiene dificultades, le recomendamos que consulte a un profesional de la salud.

Y, sobre todo, ¡no olvides ser amable contigo mismo!